domingo, 12 de octubre de 2014

Leyes, código de policía, manual de convivencia

actualmente se tramita  en el país un nuevo Código nacional de policía,  mientras en las instituciones educativas es pan de cada día eso del Manual de convivencia escolar, hoy re-actualizada su discusión con la expansión creciente del matoneo y por la expedición de la ley 1620 del 15 de marzo del 2013 (que crea el “Sistema nacional de convivencia escolar y formación para el ejercicio de los derechos humanos, la educación para la sexualidad y la prevención y mitigación de la violencia escolar”), seguido de la respectiva reglamentación con el decreto 1965 de septiembre 11 de ese mismo año.
Lo anterior mediado por una tradición y una cultura que tiene sus raíces en el dilatado periodo de la dominación colonial española y posterior evolución y re-acomodación experimentada con el logro de la independencia iniciada en la primera década del siglo XIX y, consumada a mediados de la segunda de ese mismo siglo,  que ha modelado una concepción con respecto de la ley  de carácter formalista, que hoy nos tiene prisioneros del fetichismo jurídico con su secuela inflacionaria de leyes.

En virtud de lo planteado,  la ley termina siendo la gran damnificada por cuanto se sacrifica su finalidad que a su vez pone en cuestión uno de sus distintivos esenciales: su universalidad y eficaz aplicación.

Como consecuencia de todas estas interferencias deformantes, el terreno de nuestra formación social está abonado para la impunidad. Paradójicamente el sistema, la institucionalidad vigente,  con su ejército de burócratas son fervorosos creyentes del predominio del componente coercitivo de la ley, en lo que no obstante se resalta un mirar sesgado, selectivo,  que ha conducido a sancionar como verdad de a puño el decir: La ley es para los de ruana. Para los que tienen y usan “vestidos de marca”, no hay ley que valga. Que en otros términos compromete a la institucionalidad misma, a quienes ejercen funciones en la maraña de nuestra propia legalidad. Y desde ésta se trafica con ley.

En este contexto relacional humano, el factor educativo, el dispositivo pedagógico  expresa una de las grandes debilidades institucionales del orden que nos rige; lo que de hecho hace que el dedo índice mire hacia la escuela en Colombia, desde los niveles de la primera infancia hasta la universidad.

Esto es de una gravedad tal que ha alcanzado rango de peor, toda vez que desde la educación formal misma (la escuela), se garantiza la reproducción del cáncer que nos carcome. A lo que se le incluye hoy el otro cáncer de la corrupción que ha cobrado presencia en el sistema judicial, desde las más altas cortes.

De otra manera, la educación como práctica de interacción social mediada por el pensamiento reflexivo asumido con sus consecuencias radicales que,  ha de ser por excelencia,  palanca de trasformaciones, está faltando a esta connotación esencial, degradándose en un reduccionismo instruccionista,  falto de todo rigor y acéfalo de un proyecto ético de vida.

Cuando esto ocurre en la escuela, entonces opera una gran farsa. La escuela debe ser escenario que se  revolucione así misma en sus prácticas y relaciones. Empezando por asegurar que los saberes  disciplinares y la discursividad reflexiva no sean simple mampara (fachada o barniz de academia) que oculta una práctica disipada, de laxitud,  y de concubinato con la pre-modernidad y el estatus quo.

Más allá de los títulos rimbombantes como el que se exhibe en el texto de la ley 1920 del 2013, de lo que se trata con sencillez es de construir un tipo de mentalidad, una forma de pensar no simple ( sin abobamiento de barroquismo) orgánicamente interrelacionado con su complemento dinamizador: la práctica que legítima y trasforma. Desde esta perspectiva, el manual de convivencia no es documento que se guarda y se muestra para decir que existe, sino que él mismo ha de ser acto educativo que prevé, contrasta, educa, previene, construye, estableciendo límites. Combinando sabiamente, razonabilidad, pero también  la dosis pertinente, de garrote comedido, para que los limites sean interiorizados conscientemente, observando en los sujetos respeto, tolerancia, consideración por el otro, reconocimiento de la dignidad por el simple hecho de ser y sabernos personas. 

Esas zonas limítrofes corresponden ser pensadas en profundidad, suponerlas, contrastarlas; ejercitarnos en ellas, racional y éticamente, y en el terreno del conflicto contextualizado sacarles el jugo, demostrando en la aplicación práctica,  el criterio de que todo acto lleva consigo una consecuencias, y corresponde correr con los costos de esas  consecuencias; por tanto es menester para la supervivencia de la sociedad, presuponer las consecuencias de nuestros actos, de nuestro obrar en sociedad.

Corresponde construir una metodología -actualizada permanentemente-, de cómo, cuándo y qué tantas veces, la institución educativa, a través de sus agentes, intervienen las conductas y comportamientos de los estudiantes, entendiendo tal intervención como oportunidades y compromisos de rectificación, puntuales,  en tiempos establecidos (ponderados), de tal manera que los estudiantes “infractores” no se pasen la vida,  año tras año, “mamando gallo”, (abusando al eterno) de la institución escolar. Al término de lo cual, la institución agotados tales tiempos y oportunidades, se juega la cancelación de la matrícula
 El lenguaje incluso requiere revisión para que el pasado oloroso a naftalina e impronta de obsoleto, con sus connotaciones  represivas y discriminatorias, no tengan lugar en el discurso institucional.

No hay duda: La escuela en sus relaciones y prácticas necesita ser reformada, lo que supone confrontar el pensamiento simple, fragmentario, rígido, parcelado, mecanicista. Y en su lugar abrir trocha para el abordaje y construcción de formas de pensar complejo, que contempla la diversidad de lo real, y la complementariedad de las miradas.

Una sociedad incluyente cuyas instituciones y procesos diversos fluyan,  no es posible desde una conciencia social y un pensamiento que en sí mismos se comporten unilaterales,  excluyentes respecto a la interconexión de las ciencias y saberes en un mundo igualmente interconectado, dinámico y complejo.

Ramiro del Cristo Medina Pérez

Santiago de Tolú, octubre 10 - 2014